Esteban Emilio Mosonyi
Sobre Grupos, Masas y Tribus.
Hay en las Ciencias Sociales, y especialmente en su periferia, una serie de términos que podríamos calificar de palabras “tóxicas”, altamente peligrosas no solo para analizar sino aun para opinar sobre fenómenos de gran interés colectivo. La Modernidad ha sido muy responsable de catalogar seres humanos con baremos deshumanizantes, tales como “masas”, “capital humano” y “recursos humanos”, entre otros. Es horripilante continuar llamando “masas” a los conglomerados poblacionales subordinados a ciertos liderazgos y perversamente descaracterizados. ¿Cuál dirigente político de alto o mediano nivel –preguntémonos– admitiría ser parte de una masa?: un hombre-masa objeto de insumos despersonalizantes desde los aparatos estatales, la empresa privada, mas también por obra de la presunta intelectualidad “esclarecida”. Seguramente ninguno.
Hemos combatido con bastante éxito el obtuso recurso-humanismo tan neoliberal: los terminachos recurso y capital humano van siendo sustituidos, muy pero muy lentamente, por categorías más adecuadas como “talento” humano. Ya ningún pueblo o comunidad indígena se cala la palabra “tribu” y su derivado “tribal”, ni habla “dialecto” sino lengua o idioma. Decir “primitivo” es propio de mentes reaccionarias. Tampoco las culturas populares –tradicionales e innovadoras– se reducen a una fatigante perspectiva “folclorizante”.
La categoría de “grupo”, sobre todo si designa a un conjunto humano de duración persistente, también puede revestir un carácter peyorativo; tal como lo explica hábilmente el talentoso y reconocido sociólogo, amigo nuestro, Francisco Rodríguez en su artículo La patología del grupalismo (El Nacional 21/12/2011, Cuerpo A, Pág. 6). Uno puede estar en desacuerdo con algunas de sus afirmaciones, pero nos queda poca duda sobre el carácter fanático, resentido, dogmático, violento y agresivo de muchos agregados humanos de esta índole. Lamentablemente, al menos para nosotros, Rodríguez termina haciendo uso de la seudo-categoría de “tribalismo” como principio y fin de la conducta de semejantes grupos, fundamentalistas en unos casos y mafiosos en otros, sin descartar otros matices y cruzamientos.
Ya aclaramos suficientemente que los pueblos indígenas no son ni deben ser llamados tribus. Sin embargo, el estereotipo del tribalismo y primitivismo sobrevive en la mentalidad mayoritaria, aquí y afuera, a nivel consciente y subconsciente. Aún funciona la caricatura del cavernícola feo, sucio y maloliente matando a garrotazos a sus congéneres, con la mayor crueldad e indiferencia; o la estampa del antropófago africano cocinando en un perol al desdichado y barbudo misionero; o –en el mejor de los casos– la figura del indio desnudo, belicoso y tiraflechas, carente de cultura y humanidad: todo ello engendra la estúpida idea de que aun el mejor de estos “salvajes” es manifiestamente inferior al peor de los genocidas contemporáneos.
Mientras tanto, poco se habla de las comunidades originarias defensoras del ambiente y de la diversidad, tan importantes en estos días. No se hace mención sobre su democracia asambleística y consensuada, ni sobre su rica y notoria espiritualidad, sus valores y manifestaciones simbólicos y culturales, ya estudiados y comprobados hasta el mínimo detalle. Los pueblos indígenas hace tiempo están visibilizados, es relativamente fácil abordarlos, dialogar con ellos. Poseen organizaciones que se encargan de divulgar sus culturas y realidades; inclusive sus múltiples problemas que los siguen aquejando por doquier. En todo caso, para la crisis del mundo contemporáneo ellos constituyen una parte importante de la solución, si la hubiere.
Más allá de lo expuesto –con el mayor respeto al maestro Maffesoli y otros analistas– ya es tiempo de salir del término “tribu” y sus congéneres, porque es confuso e induce a más confusión; compromete las muy dignas y diversas sociedades tradicionales; se presta a los malabarismos conceptuales más inverosímiles. No se trata de intolerancia ni persecución léxica. “Tribu” se seguirá utilizando en sus significados históricos, metafóricos y literarios. Pero existen lexemas mucho más transparentes y precisos para denotar categorías socio-antropológicas: sin incurrir en peligrosas y a menudo humillantes inexactitudes y arbitrariedades que ni siquiera la orgullosa “tribu” de los intelectuales tiene el derecho de fomentar.
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