OPINIÓN / RODRIGO CABEZAS
Todos los y las latinoamericanas tenemos fundadas esperanzas que la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, a crearse en Caracas el 2 y 3 de diciembre del año en curso, sea un antes y un después de nuestro continente, un hito histórico que sea una vuelta al futuro al reencontrarnos con nuestro pasado que evocó en el ideario de Simón Bolívar, José de san Martin, Francisco Morazán, Manuel Arce y José Martí, el sueno de la unión de las nacientes repúblicas independizadas del yugo español.
En rigor histórico y científico habría que aceptar que el proyecto unionista e integracionista de América Latina no ha podido concretarse en la dimensión de la doctrina que intento desarrollar el Libertador Bolívar al convocar en 1824 el congreso de Panamá para crear una Federación de las repúblicas libres. Es justo agregar que en el siglo XX, en la décadas de los cincuenta y sesenta, el economista Raúl Prebish, desde la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, se destaca por pensar una doctrina para la integración que fue y es cimiento de lo que ahora esta generación pretende construir. Se sustento en la necesidad de superar dos grandes problemas estructurales que diagnosticaba a nuestro continente, a saber, la presencia de mercados nacionales estrechos y la insuficiencia de capitales para financiar o permitir dar el salto a la industrialización de bienes intermedios, de capital y consumos durables que, adicionalmente, exigían mercados más amplios. La solución cepalista a los problemas en relieve fue postular la urgencia de constituir un Mercado Comun Latinoamericano, de una parte, y la instalación de “plataformas de industrialización para las exportaciones”, de la otra. Para Prebish la integración tendría sentido si los Estados acordaban un proyecto económico sustentado en la búsqueda consciente y deliberada de la industrialización; para él, este era el único camino para salir del subdesarrollo a que nos había condenado el sistema capitalista desarrollado hegemónico.
Sin mayor discusión se admite que es en la primera década del siglo XXI que America latina da pasos de algún valor para rescatar el ideario unionista e integracionista. Tal hecho histórico se derivaba de la superación por buena parte del continente de la era neoliberal que había agudizado la pérdida de dinamismo de la economía latinoamericana que derivo en detrimento de espacios en el comercio mundial, elevados niveles de endeudamiento externo y crecimiento de la población en situación de pobreza.
Esta época de cambio se inicia con la victoria popular del Presidente Hugo Chávez en 1998, seguido de las victorias del movimiento popular, progresista y de izquierda en Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y El Salvador, pudiéndose crear y reforzar mecanismos económicos y políticos de integración como el Mercosur, el Alba, Unasur y Petrocaribe.
Desde una teoría general de la integración es trascendente, al igual que el tiempo de Cepal-Prebish, que se haya construido un marco referencial teórico que nos aproxima a claros objetivos de la propuesta unionista e integracionista Latinoamericana del siglo XXI. Se concibe las relaciones de los Estados y pueblos teniendo como base la cooperación que busque desterrar la discriminación en los acuerdos internacionales sobre política comercial, reivindicando la complementación industrial, la lucha contra las asimetrías originadas por el desarrollo desigual y la solidsaridad frente al menos favorecido económica y socialmente, así como frente a las catástrofes o penurias originadas por embates del cambio climático.
Una instancia como la nueva CELAC deberá responder por la superación del sistema interamericano creado bajo los intereses de EEUU, convirtiéndose en un foro continental para la resolución de conflictos y la búsqueda intransigente de la paz entre los latinoamericanos; para ello, será estratégico que el liderazgo trabaje para superar el viejo dilema que interrogaba sobre si la integración era de Estados con sus elites gobernantes o de los pueblos con sus necesidades y esperanzas. Esta época de cambio permitirá que los movimientos sociales y los pueblos organizados tengan presencia protagónica.
Capital a la CELAC y a otras instancias de unión-integración de nuestro continente será asumir el desafío, la aventura y el atrevimiento del desarrollo, entendido como la mayor suma de bienestar de las grandes mayorías. Ciento ochenta millones de pobres esperan, ellos nos hacen ser el continente más desigual del planeta. Los obstáculos seguirán siendo los mismos, los riesgos de la cultura de la desintegración y la guerra acechan aún. Ingenuos seriamos si esperáramos una ayuda del centro desarrollado; ellos no dejaran de subsidiar su agricultura y, lo que es más delicado, no han cambiando en su absurda concepción de categorizar a América Latina sólo como proveedor seguro de materias primas. Ya la CEPAL de este tiempo ha advertido de lo que llaman “el riesgo de reprimarización de la economía latinoamericana”.
Podemos aceptar la globalización como hecho económico y tecnológico que supera nuestra imaginación y fronteras, pero obligados estamos desde la CELAC, Unasur y otros a potenciar geopolíticamente a América Latina. La integración con sus desafíos políticos, económicos, sociales, financieros es la única posibilidad de conformar el nuevo bloque de la civilización humana: América Latina. Una integración de los pueblos, humana y mayores espacios en el mercado mundial de bienes y acceso a la investigación e innovación científica y tecnológica
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