Estados Unidos y la Unión Europea están articulando una nueva ofensiva global estratégica, análoga a la aplicada exitosamente desde los primeros años de los 1980. Conscientes de la gravedad de la crisis capitalista en el corazón mismo del sistema, los estrategas del imperialismo acometen el objetivo de sanear en profundidad el mecanismo trabado en la esperanza de reanudar la marcha. Por detrás hay una teoría y un plan, pese a marcados desacuerdos que dificultan su aplicación metódica.
Analogía no es identidad. Entonces había hegemonía neta en el mundo capitalista. Hoy no. La victoria expresada en la recomposición del G-20 en 1998 no alcanza para actuar de manera homogénea frente a la crisis.
Además, a diferencia del contraataque personificado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, esta vez el concepto global alude sólo al carácter planetario del proyecto. Centra con exclusividad en la economía y la geopolítica, sin apoyo ni proyección deliberados y sistemáticos en la cultura y la religión, como fuera el caso de aquella estrategia abarcadora, luego reducida en su interpretación banal a clichés tales como “Consenso de Washington” y “neoliberalismo”.
¿Qué significa sanear el sistema? En último análisis, restaurar la tasa de ganancia y destruir la mercancía excedente. Eso supone suprimir las conquistas económicas y sociales obtenidas por las masas explotadas a lo largo del siglo XX (esto es, reducir el salario directo e indirecto de los trabajadores, llave maestra para restaurar la tasa de ganancia); imponer la baja de precios a las materias primas; recomponer el esquema de alianzas internacionales poniendo en caja a los países subordinados; alcanzar un quimérico “nuevo orden internacional” (dado por hecho tras la caída de la Unión Soviética y revelado a la vuelta de pocos años como formidable descontrol planetario); y, ante todo, detener la marcha de la revolución allí donde ésta asome, sea cual sea su naturaleza, si va contra el orden imperial y sus exigencias actuales.
Hay que agregar, para marcar la diferencia, la agudización sin precedentes de la crisis y, en consecuencia, de la lucha interimperialista por los mercados en la fase abruptamente declinante de la demanda.
Ajuste y guerra
En los 1980 las contradicciones intercapitalistas estaban sobredeterminadas por la existencia de la Unión Soviética y una avanzada revolucionaria antimperialista (derrota estadounidense en Vietnam, victoria insurgente en Angola, Mozambique y Cabo Verde, revolución en Granada y Nicaragua, derrocamiento del Sha en Irán). Hoy no hay un sector del mundo por fuera de las leyes del mercado. Por lo mismo, la crisis es global, se expresa con mayor agudeza en las economías más poderosas y es allí donde debe ser atacada.
Es lo que está a la vista en la Unión Europea y Estados Unidos. Aún no hay una respuesta social a la medida de la agresión de los planes de saneamiento. Pero grandes luchas están ya en marcha.
No obstante, lo que se manifiesta sin tapujos en Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, España, Gran Bretaña y de manera apenas disimulada en Francia, Alemania y Estados Unidos, es decir, el choque frontal del gran capital con la clase trabajadora, no agota la estrategia de saneamiento. La invasión a Libia y la dinámica de aniquilación y ocupación contra Siria e Irán es el otro costado de aquella embestida global: la guerra. Se trata de destruir el valor, alimentar el complejo militar-industrial, someter pueblos y gobiernos rebeldes.
No se limita a Medio Oriente la política imperial que determina esta dinámica. El informe del pasado 6 de marzo ante la comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes estadounidense del general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur del ejército, más que provocación es anuncio, y atañe a América Latina. En Cuba, Venezuela, Bolivia y Haití, dijo Fraser, pueden presentarse “turbulencias geopolíticas”. Agregó el profeta que el Comando Sur continúa “tomando en serio la actividad iraní en la región y vigilando de cerca sus actividades”. E informó a los diputados que sus fuerzas están prontas para actuar, dado que las turbulencias previstas podrían “impactar sobre ciudadanos y militares estadounidenses en la región”.
Se los detiene o llevarán la guerra a todo el orbe; sin excluir sus propios países.
Condiciones
No habrá manera de frenar esta ofensiva global estratégica desde posiciones intermedias. Ahí está la lección de los 1980 y su colofón en los 1990. Por eso no yerra el Pentágono al preparar el Comando Sur para una agresión contra los países del Alba. A escala internacional, la contraparte estratégica del saneamiento capitalista es el socialismo del siglo XXI propuesto por el Alba. Las posiciones intermedias serán arrasadas.
Un conjunto de países de diferente rango en Europa, Asia, África y América Latina ensaya posiciones de relativa independencia respecto de los centros imperialistas. Ocurre que la mayoría de ellos integra el G-20 y se ha comprometido con la respuesta económica del gran capital. Esa dualidad tiene corta vida. La ofensiva timoneada desde Washington y Bruselas la acortará aún más. Se agotó el recurso equívoco del keynesianismo, camuflado de “progresismo”. El nudo comienza a ahorcar. Uno de los extremos de la cuerda está en manos del gran capital transnacional. El otro, en las de los trabajadores. Para sobrevivir y dar batalla, es preciso ponerse de uno u otro lado sin ambigüedades. O dejarse morir, con pena y sin gloria.
Todos los gobiernos que resistan el acoso imperial se encontrarán de un modo u otro en las múltiples formas de frente único tejiéndose actualmente a escala mundial. Al límite, sin embargo, no hay bloque internacional, por poderoso que sea, capaz de sostener un gobierno bajo fuego que no tiene el apoyo de su propio pueblo. Y éste no se sustenta con políticas de ajuste dictadas por la exigencia inapelable del capital.
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