jueves, 6 de diciembre de 2012





Jacinto Peña, su esposa Ana Paula e hijos / Foto: AVN.
     AVN.- El sabotaje petrolero ocurrido diez años atrás dejó secuelas imborrables en Jacinto Peña, conductor que sufrió quemaduras en gran parte de cuerpo, al ser víctima de la acción vandálica de quienes obligaron al transporte público y a diversos sectores del país a sumarse a la acción desestabilizadora protagonizada por la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), Fedecamaras y la cúpula meritocrática de Petróleos de Venezuela (Pdvsa).
El 3 de diciembre, segundo día del “paro cívico” que devino en ataques contra la industria petrolera, Jacinto salió a trabajar a las 5:00 de la mañana, como era costumbre. Se tomó su cafecito y comenzó la jornada laboral en la Unión de Transporte 23 de Enero en Maracay.
A la altura del barrio El Carmen, en la avenida Constitución de Maracay, fue interceptado por un grupo que lo obligó a bajar a los pasajeros porque tenían que sumarse a las acciones que gestaba la derecha, que convocaba a tomar las “autopistas, calles y avenidas de Caracas y todo el país para garantizar el paro nacional”, tal como expresó Carlos Ortega, ex presidente de la CTV, el segundo día del sabotaje que se extendió por dos meses.
“Rociaron con gasolina la camioneta, aun cuando yo estaba dentro de la unidad. Se prendió en candela y logré salir del vehículo en medio de las llamas. Ese momento fue espantoso”, recuerda el señor Peña.
En aquellos días, centros comerciales y empresas cerraron sus puertas, como una forma de obligar a vendedores y a trabajadores a sumarse a los actos que atentaban contra la estabilidad del país, que también eran apoyados por representantes de la Iglesia Católica y los medios de comunicación privados.
Frente a ese escenario, el chofer prefirió salir a la calle para prestar su habitual servicio. “Había paro y yo salí a trabajar porque consideraba injusto que un sector de la población tratara de paralizar el país, con el único motivo de sacar al presidente Chávez del Gobierno”, reflexionó.
Esa determinación dejó huellas imborrables en el señor Jacinto, que sufrió quemaduras de segundo y tercer grado en 30% de su cuerpo. Durante un mes estuvo en la unidad de cuidados intensivos en el Hospital Militar de Maracay. Fue sometido a intervenciones quirúrgicas. El proceso de recuperación tardó dos años.
A pesar de ese padecimiento, Peña no guarda rencor contra las personas que le incendiaron su camioneta de pasajeros y le causaron daños irreversibles en su cuerpo. “Creo en la justicia divina y hay un Dios que se encargará de castigar a los culpables”.
Secuelas psicológicas
José Rafael Peña, hijo mayor del señor Jacinto, confiesa que su padre no volvió a ser la misma persona, luego del sabotaje petrolero. “Antes mi papá era una persona activa, se levantaba a las 4:00 de la mañana a trabajar. Esos sucesos le produjeron una caída psicológica y moral”.
A diez años de esa tragedia, esa situación sigue afectando a Jacinto. “La vida de mi padre era estar detrás del volante de ese autobús. Aún lamenta los hechos ocurridos porque nos siguen afectando”.
El Gobierno Nacional respondió a la familia Peña por la pérdida de la unidad de pasajeros. Le entregaron un autobús NT900. El uso de este vehículo se ha visto limitado por los costosos gastos operacionales que implica el mantenimiento de la unidad.
Su hijo, José Rafael, pide ayuda al Gobierno Nacional para adquirir una nueva unidad de transporte, mediante un financiamiento para sacar a su padre de esa incertidumbre en la que se encuentra.
“Estamos en la capacidad de trabajar y pagar el préstamo. Sólo pedimos la ayuda del Ejecutivo Nacional para obtener el financiamiento y poder salir adelante con nuestra familia”, expresó.
Aún hay esperanzas
Jacinto, quien tiene 79 años de edad, es oriundo de San Juan de Lagunillas, en el estado Mérida. Se casó con Ana Paula Esquiraima, natural de Rubio, estado Táchira.
Luego de contraer matrimonio, se trasladan de los andes venezolanos a la capital de Aragua. Allí levantaron una familia de cuatro hijos y siete nietos.
Ella recuerda a su esposo como una persona activa que durante 40 años trabajó en el transporte público. “Aquel 3 de diciembre de 2002, quedamos sumidos en el dolor y la desesperación. Ese autobús era el único sustento que teníamos en casa porque mis hijos también trabajaban con ese vehículo. Quedamos en cero”.
Reconoce la ayuda que el Gobierno central le brindó en ese momento tan difícil, y a diez años del sabotaje, mantiene cifradas sus esperanzas en Dios en obtener una pensión de vejez en la Gran Misión En Amor Mayor.
Hace un año, a Ana Paula le amputaron sus piernas, tras padecer durante 16 años de una enfermedad en sus miembros inferiores. Esta situación no amilana las ganas de salir adelante de esta señora, quien apoya de manera incondicional a su esposo.

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